viernes, 11 de octubre de 2013

“ME SEDUJISTE, SEÑOR, Y ME DEJÉ SEDUCIR” (Jer.20,7)


En este mes de octubre nos ofrece su testimonio vocacional de Sor María del Mar, Madre Federal.

Toda forma de vida cristiana, y por consiguiente de vida religiosa, tiene su inicio en una llamada del Espíritu. El primer paso lo da siempre Dios; es gratuito e inesperado.

Nací en un pueblecito de la provincia de Huelva, Villalba del Alcor, muy cerquita, casi a la sombra, de un monasterio de clausura. Carmelitas. De niña siempre me llamó la atención ese algo “misterioso” que rodeaba el convento. Unas personas que no salían nunca y cuando las veíamos, aprovechando la entrada o salida de algún trabajador, se las veía con el rostro cubierto con un velo. Aunque esto ya quedó superado, en mi memoria se quedó como uno de los recuerdos entrañables de mi infancia.

             Tuve la gracia de Dios de nacer en una familia cristiana, familia numerosa de siete hermanos y después de a Él,  tanto a mis padres como a mis hermanos, debo mucho de  lo que hoy soy.

Pasé la niñez y la juventud casi sin salir del pueblo, lo que no fue obstáculo para que lo pasara “en grande”. En mi pueblo había cada año muchas fiestas y a mí me gustaba disfrutar y pasármelo bien, cosa por otra parte natural en esos años.  Pero, como digo más arriba, en toda llamada el primer paso lo da siempre Dios y El irrumpió en mi vida cuando menos lo esperaba. Llegó un “Año mariano” 1954 (¡ya ha llovido desde entonces!) yo sólo contaba 14 años y  la Virgen se “cruzó” en mi camino. Mi párroco, muy mariano, mi invitó a ir a misa todos los días de ese año como obsequio a la Virgen… y la Virgen me cautivó, “estoy a la puerta y llamo” (Apoc 3,20). Y se inició un diálogo, misterioso y siempre abierto, de la Virgen conmigo que me llevó hasta Dios. Y una vez la tierra preparada surgió la llamada a una entrega más radical. Pero como los años eran pocos, vinieron después las “crisis” y las “dudas”, aunque debo confesar que en el fondo, en el “hondón”, que diría Santa Teresa, siempre tenía como  cierta seguridad de que lo que Dios quería de mi era la consagración en la vida religiosa. 

Luego surgieron otras dudas “¿Vida activa?” “¿Vida contemplativa?” Pero la llamada al Carmelo contemplativo se fue abriendo camino y puedo confesar que acerté con la elección. ¿Elección mía? No. Providencia de Dios. La Virgen me trajo a su Carmelo “El Carmelo es todo de María” y en el Carmelo de María  he sido totalmente feliz.

 La llamada al Carmelo la considero como el mejor regalo que el Señor me pudo hacer. Me dio su amor, el amor que “es fuerte como la muerte” (Cant. 8,5) y la mayor muestra de su amor fue precisamente su llamada. Por eso hoy después de más de 50 años de Consagración en el Carmelo le doy gracias, le alabo, le bendigo… pero nunca podré ni sabré agradecer tantas y tantas gracias como me vinieron con su llamada. Y ahora solo deseo y pido una cosa: “Habitar en su Casa todos los días de mi vida, gozando de su dulzura” (Sal 26,4)