En este mes de octubre nos
ofrece su testimonio vocacional de Sor María del Mar, Madre Federal.
Toda
forma de vida cristiana, y por consiguiente de vida religiosa, tiene su inicio
en una llamada del Espíritu. El primer paso lo da siempre Dios; es gratuito e
inesperado.
Nací en
un pueblecito de la provincia de Huelva, Villalba del Alcor, muy cerquita, casi
a la sombra, de un monasterio de clausura. Carmelitas. De niña siempre me llamó
la atención ese algo “misterioso” que rodeaba el convento. Unas personas que no
salían nunca y cuando las veíamos, aprovechando la entrada o salida de algún
trabajador, se las veía con el rostro cubierto con un velo. Aunque esto ya
quedó superado, en mi memoria se quedó como uno de los recuerdos entrañables de
mi infancia.
Tuve la
gracia de Dios de nacer en una familia cristiana, familia numerosa de siete
hermanos y después de a Él, tanto a mis
padres como a mis hermanos, debo mucho de
lo que hoy soy.
Pasé la
niñez y la juventud casi sin salir del pueblo, lo que no fue obstáculo para que
lo pasara “en grande”. En mi pueblo había cada año muchas fiestas y a mí me
gustaba disfrutar y pasármelo bien, cosa por otra parte natural en esos
años. Pero, como digo más arriba, en
toda llamada el primer paso lo da siempre Dios y El irrumpió en mi vida cuando
menos lo esperaba. Llegó un “Año mariano” 1954 (¡ya ha llovido desde entonces!)
yo sólo contaba 14 años y la Virgen se
“cruzó” en mi camino. Mi párroco, muy mariano, mi invitó a ir a misa todos los
días de ese año como obsequio a la Virgen… y la Virgen me cautivó, “estoy a la puerta
y llamo” (Apoc 3,20). Y se inició un diálogo, misterioso y siempre abierto, de
la Virgen conmigo que me llevó hasta Dios. Y una vez la tierra preparada surgió
la llamada a una entrega más radical. Pero como los años eran pocos, vinieron
después las “crisis” y las “dudas”, aunque debo confesar que en el fondo, en el
“hondón”, que diría Santa Teresa, siempre tenía como cierta seguridad de que lo que Dios quería de
mi era la consagración en la vida religiosa.
Luego
surgieron otras dudas “¿Vida activa?” “¿Vida contemplativa?” Pero la llamada al
Carmelo contemplativo se fue abriendo camino y puedo confesar que acerté con la
elección. ¿Elección mía? No. Providencia de Dios. La Virgen me trajo a su
Carmelo “El Carmelo es todo de María” y en el Carmelo de María he sido totalmente feliz.
La llamada al Carmelo la considero como el
mejor regalo que el Señor me pudo hacer. Me dio su amor, el amor que “es fuerte
como la muerte” (Cant. 8,5) y la mayor muestra de su amor fue precisamente su
llamada. Por eso hoy después de más de 50 años de Consagración en el Carmelo le
doy gracias, le alabo, le bendigo… pero nunca podré ni sabré agradecer tantas y
tantas gracias como me vinieron con su llamada. Y ahora solo deseo y pido una
cosa: “Habitar en su Casa todos los días de mi vida, gozando de su dulzura”
(Sal 26,4)