miércoles, 18 de diciembre de 2013

Testomonio vocacional del P. Paul Kam



Siempre es tarea muy difícil hablar de sí mismo,  aun más cuando se trata de   exponer algo de su vida personal. En este caso de mi vocación religiosa. Mi nombre es Paul Kam. Pero a partir del 30 de julio de 2005 respondo al nombre de Paul Marie de la Croix Kam. El camino transcurrido para llegar a  este nombre es lo que quiero intentar dibujar en pocas palabras.

De pequeño, era un niño de iglesia, como la mayoría de los niños cristianos,   debido a que mis hermanos no faltaban a misa los domingos. Pronto me enganchó aquello en cuanto que el clima de las celebraciones eucarísticas (canciones, alegría, etc.) me venía bien. En esto conocí al movimiento"Donum Dei", donde la vida de amistad y de fraternidad acabaron de convencerme sobre lo que conocería más tarde como el carisma de los          carmelitas. Pero en aquellos momentos, la vida religiosa no era mi preocupación, puesto que no tenía ninguna idea de la presencia de estas órdenes religiosas. Sí que conocía al padre Eugenio Kabore que nos animaba  los retiros anuales de vez en cuando.  Muy pronto, la gente empezó a acosarme sobre el tema de la consagración. ¿Por qué? Al parecer tenía cara  o figura de cura. Desde entonces, no tuve paz conmigo mismo. Pero no entré en seguida en la orden por las dudas y las preocupaciones:  ¡es verdad que Dios me llamaba para eso? ¿Puedo yo asumir las exigencias de esta vida (no tener novia, bienes propios, que eran los más sensibles)?. Estas dudas fueron    mis grandes dificultades;  me hicieron tardar.  Fui a la universidad antes de decidirme. Y ¿cómo? Fue gracias al padre Désiré Kouakou Tanoh que di el    paso "definitivo". Un día charlando me pregunto por qué no había iniciado el postulando con mis compañeros. Le expuse mis dudas de siempre: porque     esperaba que la llamada del señor fuera la más clara posible. Entonces me dijo que tendría que atreverme y empezar  para saber realmente lo que el señor    esperaba de mi. Dos días después llamaba a los padres carmelitas de Bobo Dioulasso para que me acogieran como postulante; y el año siguiente empecé mi formación inicial. Y allí, dentro de la comunidad de los carmelitas, me encontré  con esta vida fraternidad, algo que fue para mí una respuesta del Señor a mis dudas. Por cierto que encontré otras dificultades, pero la oración y la contemplación estaban allí para ayudarme a superar estos obstáculos. De estas experiencias se entiende un poco mi nombre de profesión. La cruz de la vida y la presencia maternal de María. La verdad, es que este nombre es fruto del retiro de preparación a los primeros votos. En vez de la Paz que quería, se me sugirió la Cruz. No sé exactamente por qué. Pero hasta ahora lo estoy llevando con la gracia de Dios,  y estoy feliz a pesar de los pesares. Loado sea Dios,  porque todo es gracia.


lunes, 11 de noviembre de 2013

Mi Vocación Carmelita



 Este mes el testimonio vocacional del P. Chema, maestro de postulantes de la provincia

En este maravilloso blog carmelita “Flos Carmeli” se me concede el honor de hablar –como ya han hecho y harán otros hermanos y hermanas- de mi vocación al Carmelo. Los que me conocen saben que no soy muy partidario de hablar de cosas personales pero, como la vocación es obra de Dios y no mía, y por la amistad que me une a las personas que me lo piden, explicaré brevemente cómo surgió y como ha sido mi itinerario vocacional.



         Me llamo José Manuel Granados Rivera y nací en Antequera (Málaga). En mi familia siempre se ha vivido un ambiente de devoción y religiosidad del que todavía estoy recibiendo los frutos. Recuerdo que desde que tengo uso de razón, me atraía mucho todo lo relacionado con Dios y, un poco más tarde, el pasatiempo de jugar a “decir Misa”. Después, con el paso de los años, y gracias a algunas personas muy religiosas, la idea de ser sacerdote se fue perfilando un poco más. Tras una conversación con el P. Antonio Jiménez (carmelita destinado en el Colegio de Antequera, donde yo estudié), se me ofreció la vida religiosa como una posibilidad. Invitado por él, participé en unas convivencias vocacionales organizadas por el carmelita P. Paco Daza. En este momento descubrí la llamada, que desde hace tiempo tenía, a entregar mi vida a Dios en la Orden de la Virgen del Carmelo.



Postulantado en Sevilla, Noviciado y Profesión Simple en Jerez de la Frontera (Cádiz), formación carmelita y estudios eclesiásticos en Madrid, Profesión Solemne en Osuna (Sevilla), Ordenación Diaconal en Madrid y Ordenación Sacerdotal en Málaga. Un largo proceso de nueve años en el que me he sentido siempre guiado y acompañado por el Dios de la Misericordia, quien ha ido revelando y confirmando la llamada que un día me hizo.



Ahora me encuentro destinado en el convento de Jerez de la Frontera, a los pies de Nuestra Señora del Carmen Coronada, y mirando atrás solamente una palabra me sale del corazón: “GRACIAS”. ¿A quién? En primer lugar a Dios y a la Santísima Virgen, puesto que a Ellos se lo debo todo; Después a mi familia, porque creo que ellos, sin saberlo, pusieron las primeras semillas de mi fe y vocación, y porque, aunque les costó un enorme sacrificio, me dieron su permiso para marchar al Carmelo; También a todos los hermanos que han colaborado con la gracia de Dios para que todo haya sido posible: el P. Antonio Jiménez, el P. Paco Daza, el P. Zambrano, el P. Peralbo, el P. Medina, el P. Elías y tantos y tantos hermanos que con infinita paciencia, delicadeza y cariño para con mi persona han hecho posible que hoy pueda firmar con el nombre de “Carmelita”.

viernes, 11 de octubre de 2013

“ME SEDUJISTE, SEÑOR, Y ME DEJÉ SEDUCIR” (Jer.20,7)


En este mes de octubre nos ofrece su testimonio vocacional de Sor María del Mar, Madre Federal.

Toda forma de vida cristiana, y por consiguiente de vida religiosa, tiene su inicio en una llamada del Espíritu. El primer paso lo da siempre Dios; es gratuito e inesperado.

Nací en un pueblecito de la provincia de Huelva, Villalba del Alcor, muy cerquita, casi a la sombra, de un monasterio de clausura. Carmelitas. De niña siempre me llamó la atención ese algo “misterioso” que rodeaba el convento. Unas personas que no salían nunca y cuando las veíamos, aprovechando la entrada o salida de algún trabajador, se las veía con el rostro cubierto con un velo. Aunque esto ya quedó superado, en mi memoria se quedó como uno de los recuerdos entrañables de mi infancia.

             Tuve la gracia de Dios de nacer en una familia cristiana, familia numerosa de siete hermanos y después de a Él,  tanto a mis padres como a mis hermanos, debo mucho de  lo que hoy soy.

Pasé la niñez y la juventud casi sin salir del pueblo, lo que no fue obstáculo para que lo pasara “en grande”. En mi pueblo había cada año muchas fiestas y a mí me gustaba disfrutar y pasármelo bien, cosa por otra parte natural en esos años.  Pero, como digo más arriba, en toda llamada el primer paso lo da siempre Dios y El irrumpió en mi vida cuando menos lo esperaba. Llegó un “Año mariano” 1954 (¡ya ha llovido desde entonces!) yo sólo contaba 14 años y  la Virgen se “cruzó” en mi camino. Mi párroco, muy mariano, mi invitó a ir a misa todos los días de ese año como obsequio a la Virgen… y la Virgen me cautivó, “estoy a la puerta y llamo” (Apoc 3,20). Y se inició un diálogo, misterioso y siempre abierto, de la Virgen conmigo que me llevó hasta Dios. Y una vez la tierra preparada surgió la llamada a una entrega más radical. Pero como los años eran pocos, vinieron después las “crisis” y las “dudas”, aunque debo confesar que en el fondo, en el “hondón”, que diría Santa Teresa, siempre tenía como  cierta seguridad de que lo que Dios quería de mi era la consagración en la vida religiosa. 

Luego surgieron otras dudas “¿Vida activa?” “¿Vida contemplativa?” Pero la llamada al Carmelo contemplativo se fue abriendo camino y puedo confesar que acerté con la elección. ¿Elección mía? No. Providencia de Dios. La Virgen me trajo a su Carmelo “El Carmelo es todo de María” y en el Carmelo de María  he sido totalmente feliz.

 La llamada al Carmelo la considero como el mejor regalo que el Señor me pudo hacer. Me dio su amor, el amor que “es fuerte como la muerte” (Cant. 8,5) y la mayor muestra de su amor fue precisamente su llamada. Por eso hoy después de más de 50 años de Consagración en el Carmelo le doy gracias, le alabo, le bendigo… pero nunca podré ni sabré agradecer tantas y tantas gracias como me vinieron con su llamada. Y ahora solo deseo y pido una cosa: “Habitar en su Casa todos los días de mi vida, gozando de su dulzura” (Sal 26,4)

jueves, 12 de septiembre de 2013

La mies es mucha y los obreros pocos


Experiencia vocacional del P. Provincial


            La vocación no es un capricho por el cual uno cree que es apto para seguir al Señor, ni una realización personal a nivel humano. Es Dios quien llama y lo hace como quiere, cuando quiere y a quien quiere, para que se vea que es una obra suya y tantas veces se sirve de otras personas en la llamada. “Un escriba se acercó a Jesús y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.»  Dícele Jesús: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»  Dándole a entender que él no lo había llamado. Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.»  Dícele Jesús: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.» (Mateo 8, 19-22).

           Mi vocación nació siendo niño cuando estaba en el Colegio de san José de los Hermanos de La Salle en Jerez de la Frontera (Cádiz). Vino al Colegio un carmelita ya fallecido, el P. Clemente Cardador Cobos, a imponer el escapulario del Carmen a los alumnos
allá por el año 1954. Tras la imposición del escapulario, el P. Clemente nos dio una pequeña exhortación y al final dijo: “¿Hay alguno que quiera ser carmelita?” Y yo levanté la mano desde mi puesto. Era el único que levanté la mano. Al mes estaba en el Seminario Menor Carmelita (Marianado, como se le llamaba entonces) de Hinojosa del Duque (Córdoba) para comenzar el bachiller y allí comenzó todo. Después ha venido el año de noviciado, los estudios para el sacerdocio, los destinos que he tenido, etc.Aun hoy me pregunto por qué levanté yo la mano. La llamada era del Señor a través de aquel Padre, a quien años después acompañé en su muerte.

            Ante la falta de vocaciones hoy, nos angustiamos de cara al futuro. Ya el Papa San Gregorio Magno hacía un comentario sobre las palabras Evangelio: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos. Su comentario es un poco diverso a como lo pensamos nosotros. Dice él:Escuchemos lo que dice el Señor a los predicadores que envía a sus campos: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies. Por tanto, para una mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. Mirad cómo el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un trabajador para la mies del Señor…”, o sea alguien que esté dispuesto a anunciar el Evangelio y hacer la voluntad de Dios. Que el Señor nos conceda vocaciones así.


Rafael Leiva Sánchez, O. Carm.
Provincial Carmelitas de la Bética