miércoles, 22 de enero de 2014

Testimonio vocacional P. Fernando Millán





            Muchas veces me han preguntado por el “origen” de mi vocación y yo mismo me he hecho esa pregunta. La verdad es que, con los años, uno se va dando más cuenta de que detrás de todo está Dios, y de que Él se vale de muchas mediaciones humanas. Cuando yo era niño, hace muchos años (bueno, no tantos), mi padre (que había sido alumno de los Carmelitas en Tomelloso, Ciudad Real) se empeñó en que fuera al colegio Santa María del Carmen que acababan de abrir los Carmelitas en Madrid. Aunque no había plaza, al final fui admitido (eran otros tiempos). Allí pasé trece años (de los cuatro a los diecisiete), a los que hay que añadir un año más en nuestro Colegio San José de Begoña donde cursé el COU (que hoy a los jóvenes les debe sonar prehistórico).

            Entré en los grupos juveniles, participé en convivencias, en colonias de verano, animábamos la misa de niños… y allí se fue gestando mi llamada al Carmelo. La verdad es que eran años bastante convulsos (transición política, posconcilio, crisis, agitación social…), pero también fascinantes, con muchas iniciativas de todo tipo, “experiencias” o más bien, “experimentos” de vida religiosa, de oración, de pastoral. Para mí, el colegio fue un ámbito de humanidad, en el sentido más hermoso y profundo de la palabra: fe, cultura, relaciones humanas, valores… Aunque pueda parecer “cursi” o algo así, creo que en mi niñez y en mi juventud, tuve la suerte de que los que me rodeaban me ayudaran a ver lo más hermoso, lo más noble, lo más alegre de la vida humana. De ellos se valió Dios para llamarme a fomentarlo y a compartirlo a través de la vocación carmelita.

           

          Recuerdo con mucha gratitud a los frailes del colegio. Quizás lo que más me llamó la atención fue el hecho de que vivieran en comunidad, a pesar de tener edades distintas, procedencias diversas y formas de ser muy diferentes. Creo que también me llamó mucho la atención (aunque yo entonces no era consciente de ello, ni sabría explicarlo) el hecho de que estuvieran con nosotros, que convivieran con la gente, que vivieran “en medio del mundo”, pero que, al mismo tiempo, tuvieran algo distinto (valores, forma de ser, criterios). Se movían con otros valores y vivían con otros criterios. Hoy diría que “estaban en el mundo, sin ser del mundo”.

            Es verdad que en esos años de adolescencia tendemos a idealizarlo todo y a vivir de sueños. Luego viene la realidad, la pobreza humana, las limitaciones… Forma parte de la vida. Así, la vocación “inicial” se va puliendo, va madurando, vamos discerniendo, vamos conociendo el carisma carmelita más a fondo, asumiendo actitudes muy valiosas (a veces, casi sin darnos cuenta). Vienen también etapas de desánimo, de crisis, que, una vez superadas nos van fortaleciendo. Mirando hacia atrás, siento entonces una enorme gratitud, a Dios que me llamó, a mis padres, a los que nos ayudaron a oír esa llamada, a los que nos ayudaron a madurarla y a purificarla, a los que nos enriquecieron con su testimonio de vida, a los que nos corrigieron y a los que nos animaron, a los que nos mostraron, en definitiva, el “camino santo y bueno” del Carmelo, usando la célebre expresión de nuestra Regla. El Papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, usa también la metáfora del camino e invita a los pastores a ir por delante (orientando y guiando), a ir al lado (acompañando) y a ir por detrás (animando a los rezagados). Pues en mi camino vocacional he tenido la suerte de encontrar personas que me han guiado con su ejemplo de vida (muchas veces en las cosas más sencillas y cotidianas), que me han acompañando, haciendo suyas mis indecisiones, y que me han “empujado”, ayudándome a superar obstáculos. No quiero dar nombres, para no olvidar a nadie…

            Hoy, muchos años después de aquellas inquietudes vocacionales, puedo decir que ha sido para mí un camino de plenitud y de felicidad. Espero poder seguir sirviendo, con mis muchas limitaciones a que el Carmelo sea para otros lo que ha sido para mí: el lugar del encuentro con el Dios de la ternura y la misericordia que nos hace cada vez más humanos, más libres y más felices. Un fuerte abrazo

Fernando Millán Romeral, O.Carm.

No hay comentarios:

Publicar un comentario